(Daniel Maia-Pinto Rodrigues)
En octubre pasado
salí por la noche con la cuñada de un amigo
lo que me pareció sexualmente correcto.
Se trataba el espécimen de alguien bien hilvanado
lo que también me pareció sexualmente correcto.
La llevé a cenar a un bonito restaurante
intercambiamos unas ideas
intercambiamos unas miradas
simpatizamos con los puntos en común
y todo marchaba bien.
Yo hablaba de las castas y las tradiciones
del vino que bebíamos
cuando, sintiéndole el bouquet
al dar un trago de gran seigneur
el estafermo del líquido
me entró en los pulmones, circunstancia infeliz
que provocó de inmediato
imponente y salpicante atragantamiento
justo allí frente a su carita
lo que francamente me pareció
sexualmente incorrecto.
Más tarde, cuando ya tenía
con cierto coste recuperado el élan
fui a dar con ella una vuelta por la línea de costa.
Durante el paseo,
me dijo que le estaba gustando mucho
escuchar a Roxette
lo que me pareció sexualmente correcto.
Después abordó la política,
me explicó que ya no era
pero que había sido de ese partido
que ahora, por cierto, está bastante partido
en el mal sentido del término.
Justo después me habló del mar.
Me dijo que el mar, unos pocos kilómetros más allá
¡era hermoso!
Yo iba ya afiambrando mis ideas
y sin tardar mucho iba a entrar en esa fase
en que nos ponemos gallitos.
Pero en aquellos pocos kilómetros
que faltaban para el sitio turquesa
donde el mar era hermoso
el coche se quedó sin batería.
Llegué a esgrimir, confuso,
un incómodo diálogo con el relé
pero el coche, eso es así, de allí no se movió
lo que convengamos
fue del todo sexualmente incorrecto.
Pasó una semana, un mes
se sucedieron los octubres
y tal vez por lo que ocurrió aquella noche -aunque creo
que no-, nuestras vidas
tomaron rumbos diferentes.
A través del tiempo
cuando llevo a alguien a ver
el lugar donde el mar es hermoso
me quedo con la sensación
de que es siempre un poco después.
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