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Un poema de Robert Adamson



VIA NEGATIVA: LA DIVINA OSCURIDAD

1.Un poema sin pájaros

            Mi mérito es mi duda
            Emily Dickinson


Esta mañana los helechos arbóreos despertaron y se abrieron
mientras la luz del sol diseminaba una niebla espesa--
            mañana en un recuerdo inciso

con frases hechas, que murmuran
palabras y después pronuncian una oración con un aliento
            inacabado. Los plataneros susurran,

una primera brisa llega y trae los perfumes
de la marea; las marcas del agua en la marisma comienzan
            a desaparecer.

La mañana le da la espalda al sol;
gradualmente, la noche llega. En la claraboya,
las estrellas aparecen a través de la cortina de humo de un incendio,
            incisiones brillantes.

Las estrellas son árboles apiñados colgados del cielo nocturno.

¿De quién el cuerpo, de quién los ojos? Alza la vista
al cielo: el problema del sufrimiento
se expande infinitamente –polvo y luz de nuevo,
            tiempo quizás, si es que existe.

En la mesa una cigarra, salpicada de harina,
abre sus alas de seco celofán.

El gato vuela a través del espacio pulido iluminado por la
bombilla de bajo consumo de la cocina,
            una Philips “Genie”.

La vida como un viento sucio sopla directamente
a través de una cabeza cubierta de nieve, ojos de gato, tinte para el pelo, un crujido.
            Alaba a la vida    con palabras rotas.


2.Un esbozo preliminar

            Lo que no veo es lo que veo mejor.
            Emily Dickinson

Una choza junto al río, abandonada hace años,
tomada por redes de malla y cuerdas de ancla;

manzanos silvestres crecen en el jardín trasero.
Un esbozo a carboncillo de esta escena se despliega ante mí

en una hoja de niebla, aparto duras vides
de campanillas y me abro camino dentro del dibujo.

Es difícil moverse en este paisaje,
y he olvidado los nombres de casi toda la flora y fauna.

El carboncillo sombreado me envuelve
y me convierto en parte del tema de discusión, mi figura

cuidadosamente dibujada, nítida y figurativa.
Y eso que la precisión no es ya algo que me interese:

mi atención se centra en los borrones, las formas
que se han ido volviendo vagas –hace justo cincuenta años

un país de arenisca y resina, hace un segundo
helechos y adversidad. La pesada marea da vueltas a

rollos de corcho y sumerge peces atrapados por sus branquias
en la red asfixiante. En la distancia un incendio forestal

escribe sus versos asesinos --círculos naranjas, serifas ardientes
rebosan las escarpaduras de arenisca.

Yo pesqué en estas mareas cuando era joven
y abstracto --¿qué se borró, qué idea se hundió para siempre?

Rechacé las lecciones y temí al Dios de mi madre,
el Cristo en quien no podía creer. Los amigos

de aquellos días, a quienes amaba, están ahora dibujados
junto a mí en los márgenes. La iglesia

a la que íbamos aparece, el lugar donde el sacerdote
se negó a decirme exactamente qué es un alma—

aunque la mía, como el Día del Juicio Final,
será arrojada al Infierno, junto a los demás

que no fueron elegidos. El alma presbiteriana
no es misteriosa, era más bien algo que servía

para agruparnos. Ahora emerjo del bosquejo,
mi rostro embadurnado de la tinta de años de pecados—

de vuelta en el río, mi lancha ara a través de la niebla.
Miro fijamente. ¿Qué forma, figura o canción

podría representar un alma? ¿Qué palabras, pintura, o barro
se parecen a su resplandor intangible?

Una mancha de vaho cuelga del contrachapado,
pincelada por las alas de un enorme murciélago.


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