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Seis poemas de Grete Tartler





PALABRAS

Es obvio que la realidad nace de las palabras.
Fue decir Hamlet que algo olía a podrido
en el reino de Dinamarca y enseguida los daneses
se dieron cuenta de que su salvación estaba
en los quesos fermentados.
Fue decir César: Alea jacta est!,
y empezar por doquier a abrir los casinos.
Dicen que hasta existe un campeón de locución,
no una mujer, claro, eso cosa de hombres,
que cotorreó sin parar durante cinco días y dieciocho horas;
no sabemos si por teléfono, con alguien o para
el cuello de su camisa.
Los hilos de las palabras
dividen el paisaje, acuarela fallida.
Nos encontramos en el tercer milenio,
el milenio sin hilos; corren bajo tierra,
y la tierra se estremece con el seísmo
de los ritmos enterrados.
Pero conseguiremos salvar algunas, por los pelos,
con las piernas meciéndose sobre el puente. 


LA SUSTITUCIÓN DE LAS FOTOGRAFÍAS

Querida mía:
te escribo hoy después de ver Oberdöbling,
las ruinas de la clínica donde se quedó,
tras las rejas, el Poeta.
Claro está: un mundo demolido,
quedó apenas la fazzata, como dicen los vieneses.
Rejas, malas hierbas y un cuervo herido
que sostuve entre mis brazos por un rato.
Tú también habrás sustituido, en Melbourne,
las fotografías. Hay un momento, en cualquier vida,
en que el pasado es sustituido por el presente,
cuando el monumento se desmorona.
Pero si consigues escapar
del cuartito rumano en el que podías haber muerto
no gaseada, como en Auschwitz, sino por la falta
de gas en las chimeneas, entonces quizás
logres comprender el colapso de las estatuas.

Afuera, los niños juegan al balón. Lo veo volar
y no consigo alterar su dirección.
Pronto será viernes santo.
Compré un jabón nuevo -lo anuncian
tanto últimamente- y me pasé
el resto del tiempo
lavándome las manos. 


EL POETA EN LAS GALÁPAGOS

Un grupo de turistas que fueron
hacia el final del milenio a las Galápagos
sólo encontraron allí unos cuantos poetas:
a las tortugas se las habían comido hacía tiempo,
y el raro pinzón
se arrancó los ojos
con un abrojo.
Sólo resisten los poetas, que carecen
de interés (aunque también ellos
tienen caparazón
y suelen andar muy despacio);
se quedan mirando al mar a la espera
de que sus crías salgan de los libros
y los turistas piden postales
con tales objetos extraños.


LA PRIMERA NIEVE

El profesor recoge los exámenes:
            1) Lo que es bueno 2) lo que es malo
            3) lo que es pesado 4) lo que es leve

Buena es la libertad. La vida. El dulce de melocotón.
Las cosas limpias. Ayudar a un amigo.
Bueno es vivir lo mejor posible.

Malo es romper un cristal. Derribar a alguien.
No vivir. La guerra. El olvido.
Arrojar piedras. Cruzar la calle a la carrera.

Pesado es decir la verdad. Una vara de hierro.
Un cuerpo en el universo. Vivir con miedo.
Quedarse solo.

Leve es un grano de trigo. Hacer cuanto te apetece.
El aire. Una pluma. Jugar.
Tragarse una mentira.

“Más me valía haberles preguntado
de qué color es la primera nieve”, murmura el profesor.
Los alumnos susurran. Hablan los unos al oído de los otros.
Una niña se echa a llorar. 


LA ALFOMBRA VOLADORA

En verano, a la orilla del lago
rodeado por edificios azules y blancos
hay quien sale a tomar el sol
y quien a lavar las alfombras.

Me acuerdo de la niña
que saltó por la ventana
con una alfombra al hombro,
creyendo que era voladora.
Y debía de serlo,
porque la atraparon a tiempo
entre los brazos.

Y tú te aferras con obstinación
a la hierba quemada,
y ves a través de los párpados cerrados
una pelota roja
que rebota contra la pared.
Y por si fuera poco
en la feria compraste un reloj
que consigue detener el tiempo. 


PULSO

En Jerusalén vi a un soldado comprando
un libro infantil,
y a un cartero que escapó de todos los perros callejeros
pero fue mordido por un niño;
en Atenas, a una mujer que se tiró
a la vía del tren
mientras todos iban con prisa a las Olimpiadas
(y todos gritaban: caramba, 
¡podía haber elegido otro día!);
en China, un ama de casa
le pide prestada una olla a una vecina
con la promesa de devolvérsela
en una vida futura.

Eso y mucho más va tras de mí:
soy como el ejército de Darío,
voy sumando personas
allá por donde paso.
Y también vacas, como una nube de polvo en los flancos
(¿qué íbamos a comer, si no?).
Huelo a bestias, incienso y especias,
camellos, monedas y polvo.

Y sin embargo, la guerra nunca tuvo lugar.
Y jamás se demostró la existencia de la muerte.
Yo me quito mi guante, el manto de conchas,
desenvaino la espada y te extiendo la mano.
La caravana está cada vez más lejos. 



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