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Dos poemas de Max Ritvo



LOS SENTIDOS

Todo me sienta tan bien:
mi gorro de lana,
la larva de aridez en mi garganta.

El sonido de las verduras en la sartén
se parece al de un hombre limpio y silencioso
que dobla sábanas.

Pero sigo teniendo pensamientos—
siempre un pensamiento
que mantiene a raya al siguiente
hasta que se echa a perder como que ya

otra imagen de la insatisfacción
que ama ser pensada,

otra pera, fea
como la cabeza
de un hombre que piensa.

Pensaba que mi siguiente pensamiento
sería una visión de mi sufrimiento;
pensaba que entendería el rayo amarillo
de la tormenta pintada--
la manera crucial en que desaparece
cunado me imagino a mí mismo tirándome
de cabeza al cuadro.

A cambio tengo esta imagen de la insatisfacción,
el pensamiento que no se eleva,
sino que se parte en dos
en la pregunta no respondida del relámpago, 

mi mente
como ese guante negro
que tomas por un hombre
en medio de la tempestad.


POEMA A MI CAMILLA

Comparto mis genes con los ratones,
y no de la manera banal
en que los viejos genes humanos
se encuentran en las Bestias.

Mis doctores parten mis tumores
y los reparten entre los huesos
de doce ratones. Les damos

a los ratones venenos que yo podría,
en el futuro, querer para mí mismo. 
Miramos a cada ratón como a una bola de cristal.

Desearía que fuera perfecta, pero a menudo
la muerte que observamos no sucede
cuando lo intentamos con mi cuerpo.

Mis tumores son antiguos,
más viejos que cualquier ratón.
Crecieron por primera vez en mi costado
hace ya una década.

Después se fueron a mis pulmones,
descendieron por los fémures,
y de vuelta a los enjambres de mi garganta
donde se producen los leucocitos.

Los ratones sólo tienen un tumor cada uno,
en una pata. Sus tumores nunca crecen.
Desarraigado y mudado,

acostumbrado a dormir en cualquier cama,
el cuerpo los rechaza. Antes de que el tumor
pueda expandirse explota en las patas

de los ratones, que se desangran hasta morir.
La próxima vez, los doctores planean cortar las patas

con un corte a tiempo para que los tumores
se expandan. Pero yo tengo aún ambas piernas.
Para complicar aún más las cosas,

los cuerpos de los ratones luchan contra mis tumores.
Hemos tenido que contagiarles el Sida
para que alberguen mis genes pacíficamente.

Quiero que mis ratones sean justo como yo.
Yo no tengo niños. Les he bautizado a todos Max.
Al principio fueron Max 1, Max 2, pero ahora

son todos Max. Nada de favoritismos.
No saben que han sido bautizados, claro.
Son como niños que has traumatizado

y torturado y no quieren que les visites.
Espero, Maxes, que algo bueno en vosotros sea mío.
Incluso mi sufrimiento es bueno, en parte.

Claro que me hincho de rabia y medio,
el tipo de cosas que te hace mirarte el rabo
como un barrote más de tu jaula.

Pero ese sentimiento pasa enseguida.
Y dado que no hago absolutamente nada
(mi orgullo, como mi piel, ha desaparecido)

nada me ocurre. Y cuando una cantidad incontable
de nadas te ocurre, Maxes, eso es paz.
Que es justo lo que queremos. Creedme.



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