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Vagabundo

Vagabundo

(Algunos poemas de Lajos Walder)




VAGABUNDO
Soy un vagabundo, un monje moderno
que vaga vestido con un traje cruzado.
Todas las cosas me gustan por igual;
en el campo sueño con edificios
y en la ciudad con pinos perennes.
Soy vagabundo hace milenios:
en Roma un bárbaro,
un alemán en Flandes,
visto una toga y la Orden de la Jarretera,
y dondequiera que he estado
he sido siempre un extraño,
incluso en casa, siempre el mismo extraño.
Soy un vagabundo, un frívolo poeta moderno,
escribo odas baratas a dos duros
y espero que esta tranquila, sencilla oferta mía
no ofenda los oídos de los literatos:
por un poco más ofrezco relatos de cuatro páginas
servidos sin recargo a domicilio.

Soy un vagabundo, un monje moderno
que vaga vestido con un traje cruzado.
Fui un mercader en el templo de Jesús
y un editor universitario-
he sido siempre el otro y siempre he sido extraño,
siempre alguien distinto de mí mismo:
en Roma un bárbaro,
un alemán en Flandes;
en el papel, la escritura,
en la escritura, el papel,
en el campo retejé casas
y en el asfalto planté semillas,
e incluso para mí mismo soy extraño:
pues fui un combatiente alemán en Flandes
y un armisticio en la guerra
siempre fui completamente otro que yo mismo,
el monje que vaga vestido con un traje cruzado.

En Roma recité poemas griegos,
besé las manos de las hetairas,
fui siempre el otro y fui siempre extraño;
un pequeñoburgués en el club nocturno,
un dandy en el comedor social.
Soy un vagabundo, un monje moderno
que vaga vestido con un traje cruzado,
que hubiera querido caminar desnudo
y anuda su corbata con cuidado.
He sido siempre el otro y siempre he sido un extraño,
siempre alguien distinto de mí mismo:
un bárbaro en Roma, un alemán en Flandes,
en el papel la escritura, en la escritura el papel,
en el campo retejé casas,
en el asfalto planté semillas,
e incluso para mí mismo soy extraño.

Soy un vagabundo, un monje moderno,
el solitario vagabundo del otro eterno.

DEL BRAZO
Hoy en día
camino del brazo,
de mi propio brazo.

La gente
mira con curiosidad
a la extraña pareja

y no sabe

si la mujer es una mantenida
o el hombre un gigoló.

Intercambio miradas
con las mujeres
que tienen

ojos masculinos

y mi compañera
se fija en los hombres

capaces de un gesto femenino.

Y así nos paseamos
entre las tiendas en bancarrota
y las ofertas
de la avenida

y soñamos
con que
una vez
cada humano

era dos humanos:

una mujer
y un hombre.

TELÉFONO
En cualquier momento podría establecer contacto
a través del circuito eléctrico
de las Naciones Europeas.
Todo lo que tengo que hacer es pedírselo al telefonista,
y podría llamar incluso a Suramérica
desde aquí, desde mi habitación.
Puedo enterarme de qué hora es
y qué exposiciones hay ahora

porque hoy nos han instalado el teléfono
en casa.
Nadie ha tocado aún el aparato,
no he llamado a nadie ni nadie me ha llamado,
y todavía me encuentro sopesando
quién debería ser el primero de mi lista.

Podría llamar a la tía Gizelle,
pues su cumpleaños es mañana
y no habrá manera de que la felicite en persona;
o podría llamar a mi sastre
para que me diga cuándo me va a mandar el abrigo
que me había prometido para ayer.

Podría, pero no lo haré.
El aparato sigue en silencio.
No lo atraviesa la corriente,
y siento que la primera llamada
debería ser a alguien más importante…

porque, miren –tal vez no lo entiendan-
para mí este aparato negro ahora mismo
representa la civilización.
Lo tengo: llamaré a Mussolini, o a Eden,
y les explicaré:

Miren, señores, ustedes son hombres de familia,
no como Hitler.
Así que hablemos por una vez en confianza
como padres, maridos e hijos hablan,
sobre todo porque es de padres,
maridos e hijos de lo que se trata.

Soy consciente de que cada uno de ustedes
posee una tonelada de bondad, y lo que pasa es que las normas
de la diplomacia internacional son algo rígidas,

de modo que pónganse cómodos.

Mr. Eden, por qué no se despoja de su collarín,
y usted, Signor Mussolini, aflójese la cartuchera
alrededor de la barriga sólo un poco.
(Mis disculpas, quizás no es la palabra apropiada,
porque siendo alguien tan por encima de todos nosotros
pudiera ser que usted no tenga barriga
).

Caballeros, permitámonos al menos una buena charla,
por más que ustedes no sepan ni quién soy.

Se lo explicaré:

Soy el representante
de aproximadamente 150 millones de jóvenes europeos
que, en ausencia de impedimento físico,
son aptos para el servicio militar.

¿Ahora me comprenden?
Porque, por favor, créanme,
todo se reduce a esto:
que conversemos como seres humanos,
Mr. Eden, Signor Mussolini,
y así nunca llegará a ocurrir
que uno de nosotros dispare primero al hijo del otro,
pues eso le convertiría en un asesino corriente.

Miren, ya hemos hecho algún progreso
porque una persona de buena fe
siempre puede hacerse entender por los demás.
La hostilidad –irreconciliable, sangrienta hostilidad-
sólo se produce entre dos soldados
que se apuntan entre sí con las bayonetas,

pero sólo hasta que uno de ellos sale herido;
entonces vuelven a ser humanos de nuevo.

Esto es lo que diría
a Mussolini o Eden
si yo, el pequeño burgués,
tuviera derecho a opinar sobre el destino
que planean para mí.
Pero por desgracia no es así.

El teléfono sigue intacto,
de modo que actuaré de acuerdo con el espíritu de nuestro tiempo:

haré la primera llamada al manicomio.

VIAJAR
Mi cuerpo es un vagón de tercera clase
pero en él viaja, de incógnito, mi alma.

Y SI ACASO TE ENTRISTECE
Y si acaso te entristece alguna vez
que la mayoría tenga siempre la razón

piensa que los sabios dioses casados de la antigüedad
estaban ya en minoría

comparados con la prolífica humanidad.

Del mismo modo, las historias sobre la bondad y la inteligencia humana
caben en un solo libro,
mientras que las historias sobre la crueldad y la estupidez humana
necesitan bibliotecas;
¿te das cuenta? ¡Por eso
hay tan pocos libros realmente buenos en el mundo

y tantas bibliotecas públicas
pagadas con dinero público!

PLACA CONMEMORATIVA

Nunca he tenido la suerte de disfrutar
de una mujer de dos habitaciones y todas las comodidades
en mi vida.

Otro era siempre
el marido o el amante,
y yo

nunca más que el subarrendatario.

Es cierto, de otra manera, que
nunca he tenido que preocuparme por el alquiler,
y dado que otros pagaban
la calefacción central,

andaba yo caliente.

Pero mientras otros hombres
con prudente previsión
ingresaban sus ahorros amorosos
en su cuenta corriente
para perpetuar la raza humana,

tengo la impresión de que yo he sido
un representante oficial
elegido para resolver
la miseria sexual femenina.

Por esta razón concreta,
me gustaría que colocasen en cada mujer
que fue mía alguna vez
una placa conmemorativa,

pues creo que
tendría más sentido que
en lugar de la fachada de los edificios

fuera en los cuerpos de las mujeres

donde el lugar de residencia del poeta
y la duración de su estancia

fueran conmemorados.

BUDAPEST
Los folletos turísticos en lenguas extranjeras
la describen como “la reina del Danubio”
lo que tal vez sea un poco excesivo.

Más bien parece la propietaria
de un centro de masajes.

Comenzó como dos mujeres: Pest y Buda,
pero cayó en la cuenta
de que siempre necesitaría sombreros a pares
y pares de pares de medias,

así que prevaleció su sentido de los negocios
y se convirtió en una única mujer.

Su estatus marital está envuelto en un incómodo misterio
porque pese al hecho de ser doncella,
hasta ahora, ha dado a luz
a catorce barrios saludables,

y lo que, desde el punto de vista del turismo,
es más embarazoso aún

cada uno de ellos lleva el apellido de un padre diferente.

Quienes la quieren bien dicen que es una viuda
que se mantiene a sí misma y a sus hijos
alquilando habitaciones.
Pobre viuda: tiene un millón de inquilinos
y además de la supervisión oficial
tiene que sacar tiempo para otros asuntos de negocios.

Si se supiera la verdad: que es una tabernera
que seduce a los extranjeros con la luz artificial de la noche,
pero quien la ha visto al amanecer
nunca se volverá a sentir atraído por ella.

Cierto es que no se avergüenza de trabajar, y si
a fin de mes anda apurada, se asoma al Danubio
con voz ronca de haber estado despierta y fumando
toda la noche y: “¡Ven aquí, guapa!”, le grita
a la gran llanura.

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