Rosa mística
(Algunos poemas de Adélia Prado)
ROSA MÍSTICA
La primera vez
que tuve conciencia de una forma
le dije a mi madre:
doña Armanda tiene en la cocina una cesta
en la que pone los tomates y las cebollas;
y empecé a sentirme inquieta por el miedo
a que lo hermoso se deshiciera
hasta que un día escribí:
“En este cuarto murió mi padre,
aquí dio cuerda al reloj
y apoyó los codos
en lo que pensó que era una ventana
y eran los aleros de la muerte”.
Entendí que las palabras
agrupadas de aquel modo
reponían las cosas de las que hablaban,
y mi propio padre volvía, indestructible.
Como si alguien pintase
la cesta de doña Armanda
diciéndome después:
ahora puedes comer las frutas.
¿Había un orden en el mundo?
¿De dónde procedía?
¿Y por qué entristecía el alma
siendo él mismo alegría
y, diferente de la luz del día,
se bañaba en una luz distinta?
Era necesario poner al mundo a salvo
de la corrosión del tiempo, burlar al propio tiempo.
Entonces continué: “En este cuarto murió mi padre…
Puedes cerrarte, oh noche,
Tu negrura no vela este recuerdo”.
Había escrito mi primer poema.
HARRY POTTER
Cuando era niña
me escondía en el gallinero
a hipnotizar gallinas.
Alguna fuerza extraña se apoderaba de mí,
pues nos quedábamos atontadas, ellas y yo.
Nadie reparaba en mi ausencia,
el esfuerzo por mantenerme ojo avizor,
siempre dispuesta a lo maravilloso.
Hoy en día sigo al acecho
de ovnis, luces misteriosas,
rezos en lenguas, el don de la curación.
Mi entrenamiento consiste en ordenar palabras:
Sed un poema, les digo,
no os portéis como en el gallinero
hacía yo con las gallinas atontadas.
SANTA TERESA EN ÉXTASIS
Lo que me alegra no es cosa de risa.
Está vivo y carece de movimiento.
Cuando desaparece
Me duelen todos los huesos.
IMPRESIONISTA
Una vez
mi padre pintó toda la casa
de color naranja brillante.
Como él mismo decía
por un tiempo vivimos en una casa
en la que constantemente amanecía.
EPIFANÍA
Conversas con una tía tuya, en una habitación.
Ella frunce la falda con la uña del pulgar y exclama:
“Así sea, dios me libre”.
De repente ocurre que ahí está el tiempo mostrándose,
tan espeso como a los ocho años, que podías hendirlo.
Ocurrirá una de estas cosas:
un perro ladra,
un niño llora o grita,
o alguien llama desde el interior de la casa:
“El café está listo”.
Entonces el gerundio se recoge
y tú reinicias la existencia.
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