Nueve variaciones para órgano
(Un poema de Nichita Danilov)
En verdad, lo mejor de cualquier cosa puede ser expresado con muchas, pocas o ninguna palabra, porque es inefable e incognoscible. Es sobrenatural, trascendente, se manifiesta a sí mismo directa y completamente en aquellos que son capaces de elevarse sobre las cosas impuras y también las puras, de escalar los más sagrados picos, dejando atrás la luz divina y los sonidos y las palabras celestiales, convirtiéndose en uno sólo con la oscuridad, donde aquel que está sobre todas las cosas se encuentra realmente. Decimos de esta parte que no es ni el alma ni la mente… No es ni número ni orden, ni grandeza ni pequeñez, ni igualdad ni desigualdad, ni semejanza ni desemejanza… No es parte de la inexistencia ni es parte del ser: los seres no lo conocen tal y como es en sí mismo, de la misma manera que él no conoce a los seres como son realmente.
DIONISIO AEROPAGITA
CIRILO
Cirilo el monje vive dentro de un pozo y escribe un salterio negro. Ha vivido ahí desde los tiempos de Constantino. A su alrededor las aguas se han dividido, dejando los muros húmedos y fríos. Él se calienta las manos de vez en cuando a la lumbre de una lámpara de piedra. En la esquina derecha de su mesa, un pájaro ciego picotea un pequeño plato de semillas.
Yo me asomo a la boca del pozo y le observo con mucho cuidado: cuanto él escribe, yo lo copio en otro salterio. Muy rara vez alza los ojos hacia donde yo estoy, pero no dice nada.
Algunas veces el agua se eriza y ocurre que no puedo ver lo que está escribiendo. Entonces tengo que inclinarme aún más sobre la boca del pozo.
Otras veces el agua se espesa como arcilla, y después se agrieta.
Otras veces hierve como lava y escupe fuego.
Después lentamente se enfría convirtiéndose en piedra,
y yo espero. Me siento al borde del pozo y espero
a que la piedra vuelva a convertirse en agua.
A veces nieva.
Grandes copos caen en el pozo. No se derriten, como uno esperaría que hicieran al tocar el agua. En vez de eso se convierten en plata y monedas de cobre y se pegan al pelado cuero cabelludo de Cirilo el monje.
Cirilo escribe, pero lo hace sin sentimiento. Yo le observo detenidamente: no puedo perderme ni una palabra. Cuanto él escribe, yo lo copio en otro salterio, usando en vez de tinta
arena.
Frente a mí hay un reloj de arena. Mojo mi pluma en el arroyo de arena que fluye. Debo ser extremadamente cauteloso: cualquier soplo de viento
borraría todo lo que llevo escrito.
Alguien se asoma por encima de mí, y copia lo que yo escribo. Si le miro mete de inmediato las narices en su libro, como si estuviera absorto en la lectura.
Se parece un poco a Cirilo y un poco a mí.
A menudo se asoma peligrosamente más allá del borde del pozo. Le grito que tenga cuidado de no caer por el hueco. Él se ríe como un loco.
Es el hermano Teraponto.
TERAPONTO
Por encima de mí está el Hermano Teraponto. La barba le llega hasta la cintura. Ve todo lo que yo escribo. Su camisa de lino está atada en el centro por una cuerda hecha de corteza de tilo. Se parece muchísimo a
Fiodor Mihailovich Dostoievski.
Si cometo un pequeño error estilístico, me arroja un guijarro a la cabeza.
“Ve con cuidado, ve con cuidado, Hermano Nichita”, dice, “Ve con cuidado, ese podría ser un costoso error”.
Si no sé exactamente dónde poner una coma, o si dudo entre un punto y una coma, él me corrige.
“Nada de esto importa en realidad”, le digo,
“En el Salterio moderno hay muchos signos de puntuación que ya ni siquiera se usan”.
“Da igual, debes usarlos. Debes. Nunca se sabe. ¡Quién sabe lo que traerá el futuro! Tienes que ser cauto, muy cuidadoso. Y otra cosa, debes ayunar más, ocuparte más de ti mismo. Pierde menos tiempo mirando a las mujeres. Si es que quieres llegar a ser Prior”.
“Nada de eso importa ahora”, le respondo,
“Los tiempos han cambiado, ahora todo es muy distinto. La gente ya no ayuna. Y por lo que respecta a las mujeres…”
“Da igual, no olvides lo que te estoy diciendo. Sé muy, muy cuidadoso…”.
El Hermano Teraponto tiene tenues ojos azules.
Aunque es un hombre triste, nunca le he visto llorar.
Tiene una voz rica, profunda, y se sabe muchos salmos de memoria.
Me gustaría humedecer mi pluma en la tristeza de su mirada. Pero está muy por encima de mí. Por mucho que alce la mano no puedo alcanzar sus ojos.
Por encima del Hermano Teraponto está el Hermano Lázaro.
LÁZARO
Por encima del Hermano Teraponto está el Hermano Lázaro.
No hay nadie por encima del Hermano Lázaro. Está verdaderamente solo. No mira ni adentro ni afuera, pero lo ve todo. Por encima de él
no hay más pozo.
El Hermano Lázaro es más triste que Cristo. Cada día parte de su cuerpo, podrido, se desprende y cae a través del pozo.
El Hermano Teraponto escribe su salterio después de humedecer su pluma en las heridas de Lázaro.
Sus heridas son cristalinas como agua de pozo.
No supuran. Él no escribe nada.
Pero la sangre que brota de sus heridas
llena el pozo.
Su mirada triste llega abajo hasta donde yo estoy,
Y su voz desciende también, suavemente. Nunca me ha reprendido.
El pozo en el que yo escribo está excavado en una de sus heridas. Él abre los ojos, de vez en cuando, para contemplar al Lázaro de las profundidades.
El otro Lázaro está tan débil como éste.
DANIEL
El Hermano Daniel todavía es muy joven. Se pasa el día jugando afuera, en el campo. Aún no ha llegado para él el momento de descender al pozo.
Aún no ha empezado a crecerle el bigote.
Tiene cabellos dorados. No sabe lo que es una mujer.
Mientras juega en el campo, siente algo parecido a una opresión en el pecho. Algunas veces toma un pequeño salterio para hojearlo, pero no entiende nada. Todo el tiempo le acompaña un pájaro: una especie de halcón, pero con cabeza de león y cola de serpiente.
El pájaro está posado en su hombro derecho. Sus ojos brillan.
Sabe leer y enseña a Daniel a descifrar el salterio.
Bajo las halas del halcón, un cuerpo de mujer asoma entre las plumas. El halcón se alimenta de arena y bebe el agua de las heridas del Hermano Lázaro.
Se parece un poco al pájaro de Cirilo
sólo que mucho más sabio.
Cada luna nueva vuela dentro del pozo
llevando en el pico un nuevo salterio para el Hermano Cirilo.
Ahora, finales de abril, las ranas se congregan.
EL OTRO CIRILO
Bajo el Hermano Cirilo hay otro Hermano Cirilo,
en otro pozo escribiendo un salterio distinto.
Su escritura es el reflejo de la del otro Cirilo. Mientras una mano escribe, la otra cuenta las monedas de plata que caen del bolsillo del primer Cirilo. Es muy delgado y come sólo una vez cada siete días.
Una rata ha mordisqueado la suela de su sandalia izquierda hasta hacer un agujero, y ahora roe su pie. Pero él no siente dolor. Él
no sangra. Como si estuviera muerto.
Tiene barba gris y nariz picuda.
La constante escritura ha enrojecido sus párpados. Su mano tiembla con cada trazo. Es más viejo que el primer Cirilo, y mucho más astuto.
Cuenta las monedas de cobre que tiene en el bolsillo y se ríe nervioso.
La mayor parte del tiempo la pasa contemplando la luz de la luna afuera.
Escribe con su propia sangre, ¡es así de tacaño! Escribe con una letra mínima. A duras penas uno puede hacerse una idea de lo que ha escrito.
Por debajo de él escribe el Hermano Eutiquio.
EUTIQUIO
El Hermano Eutiquio no se me parece; es más como el Hermano Teraponto que está por encima de mí.
Lee y corrige lo que escribe el otro Cirilo. No tiene barba. A cambio, su pelo es tan largo que llega hasta la celda del segundo Cirilo.
No se ha cortado las uñas desde que comenzó a escribir. Ahora son tan largas
que se curvan contra sus dedos. A través de una pequeña ventana en su celda puede ver el campo, afuera.
En el campo está jugando el otro Daniel.
De vez en cuando Eutiquio arranca una hoja de su salterio y la arroja por la ventana. Después espera a que el otro Daniel se la encuentre. Pero Daniel está demasiado absorto en sus propios pensamientos como para darse cuenta de nada de lo que ocurre a su alrededor.
El pájaro se esconde para leer la hoja. Cuando acaba de leer, se come el papel, no vaya a ser que Daniel lo descubra.
El Hermano Eutiquio no es rácano. Su problema es que sueña con mujeres. Suele ocurrir que su pluma se descarríe en la página y acabe dibujando los muslos y los pechos de una mujer.
En su mano derecha sujeta una minúscula lupa.
Por debajo de él escribe el otro Teraponto.
EL OTRO TERAPONTO
El otro Teraponto se parece a medias a mí y al primer Teraponto. Su ojo derecho es como el mío. El azul se parece al de Teraponto.
Su cabeza descansa sobre su pecho como si meditase profundamente acerca de algún asunto. Su piel es mucho más oscura que la del primer Hermano Teraponto.
En medio de su espalda, una pesada cruz se apoya contra su columna. Tiene barba y parece un campesino. Copia todo cuanto escribe Eutiquio. Su rostro es oscuro; jamás le he visto sonreír.
Es un auténtico gramático.
Antes de escribir una determinada frase, la contempla desde el principio al final, le da la vuelta, la pone del revés, y después la escribe cuidadosamente en el salterio. Su escritura
es excepcionalmente pulcra.
Escribe su salterio con tinta dorada.
Una vez que ha escrito una página, la quema en la lámpara de piedra. La ceniza cae sobre el cuerpo de Lázaro. Sobre las heridas del otro Lázaro.
EL OTRO LÁZARO
Por debajo del otro Teraponto está el otro Lázaro.
Por debajo del otro Lázaro no hay nadie. La ceniza cae sobre sus heridas, la ceniza cae sobre todo su cuerpo. No escribe nada. Está demasiado débil.
Demasiado débil como para mantener sus ojos abiertos.
De vez en cuando da un vistazo al otro Lázaro, luego cierra sus ojos cansados y gira su cabeza hacia el otro lado.
La ceniza cubre sus heridas.
Cada una de sus heridas es un pozo.
En el fondo de una de sus heridas
Yo escribo mi salterio.
Es un saco de huesos.
Es más pálido que Cristo. Mordisquea sus labios blanquecinos y musita:
“Agua, agua… Un poquito de agua…”. Y nada más.
El otro Teraponto quema su salterio en silencio. Sobre las heridas de Lázaro cae ceniza en lugar de agua. Yo humedezco mi pluma en esa ceniza para continuar mi salterio.
El Hermano Daniel no sabe nada de todo esto.
Él acaba de aprender a leer. Camina con un pequeño salterio en sus manos, farfullando las sílabas.
Finales de abril; pronto será de noche.
El pájaro ha volado, abandonando su hombro.
Daniel continuará mi salterio.
EL LINAJE DE DANIEL
Abril acabó y comenzó marzo.
Daniel se acercó a la boca del pozo. Miró detenidamente dentro del pozo, y luego
se apartó. Fue la noche de un viernes
antes de un lunes. Cerró los ojos y se inclinó
al borde del pozo: incluso con los ojos cerrados no pudo evitar ver el rostro
del otro Daniel.
Se quedó allí todo el lunes llorando,
inclinado sobre el otro Daniel.
Su cuerpo se volvió verde y en su piel crecieron escamas como las de una serpiente. Plumas brotaron de sus manos. Las alas no crecieron. Estuvo todo el día en el pozo, llorando.
Más abajo el otro Daniel lloraba también.
Se rascó las escamas y se arrancó las plumas. Sopló su halo para apagarlo y lloró, inclinándose más y más sobre Daniel.
El hermano Cirilo les contempló desde su pozo, algo triste. Humedeció su pluma en sus lágrimas y continuó su salterio en silencio. De vez en cuando calentaba sus manos en la lámpara de piedra
para después continuar con su trabajo.
Su pájaro ciego seguía picoteando las semillas.
El pájaro había volado del hombro de Daniel hacía ya mucho tiempo.
Era un sábado negro que no acabaría jamás.
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